lunes, 20 de junio de 2011

Diálogo imposible con mis dos abuelas

Allí están, sentadas juntas y separadas a la vez, las madres de mis padres.
Aldina me mira, con esa mirada rasgada, profunda, silenciosa. La reconozco, porque la recuerdo: mirando la novela en el pequeño televisor blanco y negro de catorce pulgadas, sobre el mueble de madera (mueble en el que yo buscaba qué leer las tardes en que mi prima no quería jugar más conmigo), sentada sobre su mecedora, o en el patio, pelando un mango. La reconozco digo, y puedo buscarla.
Genitte, en cambio, no me conoce ni yo a ella. Genitte es una estela en el recuerdo de mi padre. Es una profundidad insondable y llena de dolor. Es una sonoridad que apenas intuyo, que se me pierde. Es un rostro en el living, que me mira triste, que parece guardar un secreto, una llave. Pero no me dice nada.
Genitte calla, y Aldina habla, habla y habla. Habla en mí porque habla antes en mi madre. Son las palabras que no digo en público, porque nadie las entendería. Son el código materno. Aldina es matriarcado puro, sangre india, campo, diez hijos y más campo.
¿Qué se hubieran dicho Aldina y Genitte? ¿Qué me hubiese dicho Genitte a mí? ¿Me dirá algo a través de papá, algún día?