sábado, 31 de julio de 2010

Mosquita

Alguna vez fuiste una mosquita de verano, rondabas, rondabas, a mi alrededor, buscabas el espacio para posarte en mi nariz, para quedarte un ratito, aletearme tras la oreja, zumbarme, entrelazar tu vuelo en mis dedos.
Y yo te espantaba, te alejaba en un antipático y certero gesto con la palma de mi mano, movía la cabeza, te hacía volar, sólo un poquito, porque siempre volvías a sobrevolar razante, cerca de mí.
Hasta que un día, empecé a observarte, dejé que lentamente te poses, en mi brazo, en los nudillos de las manos, otra vez cerca de mi oreja, en mi mejilla, hasta que cerca de mi nariz me hiciste cosquillas, me reí convulsivamente, y te tragué.

miércoles, 28 de julio de 2010

El lastre vamos a despedir

No es llanto lo que quiero derramar,
es tinta,
chorrearla desde todos mis orificios.
Lo que necesito es vomitar el alma
volcarla a lo grande, por todos lados
de todos lados,
manchar la ciudad con mi gran vómito
espiritual:
las veredas, las plazas, las estaciones de trenes,
y después ¡dormir!
Como los borrachos.

lunes, 26 de julio de 2010

Red On

Este orden anacrónico y estúpido
es un desorden.
Esta pasividad
una revolución, un gran vuelco.
Trastocado mi buen desorden en mal orden
Un orden sin pie ni cabeza,
Dura masa amorfa
Que sólo me ordena:
Quedáte quieta.
Como una dictadura del vacío
un encierro limpio y tecnificado.
Ansío locamente un gran desorden
que lo re-ordene todo.

viernes, 23 de julio de 2010

El rostro en el fondo de las tazas

Un día me di cuenta de que el fondo de las tazas no reflejaba mi cara. Fue de manera casual, mientras sorbía los restos de yogur de mi taza favorita. En un rapto de glotonería la empiné verticalmente, cerrando los ojos para sentir mejor las últimas gotas, y cuando los abrí, en el fondo blanco y lustroso, apareció un rostro distinto del que esperaba, no era el mío.
Primero no me asombré, dejé la taza un poco confusa y espantada, pero no volví a hacer la prueba de encontrar mi reflejo. Dejé la taza en la pileta y me fui a continuar con mis cosas. Era media mañana.
Pasé todo el día ocupada en mis asuntos cotidianos, hasta el atardecer, hora de merendar.
Decidí tomar un café negro.
Tomé una taza amarilla de la alacena, una vieja taza con el asa rota – le faltaba apenas un pedacito- pero que conservaba por cuestiones afectivas.
El café resbaló envuelto en tinieblas aromáticas en el recipiente. Lo aspiré con fruición, me recosté en mi sillón de descanso y comencé a tomar, en pequeños sorbos. Antes ya de vislumbrar el fondo amarillo, entre la negrura del café se perfilaron unos ojos grandes, de finas pestañas, visiblemente distintos a mis pequeños ojos rasgados. Pestañearon.
Separé en un gesto rápido la taza de mi rostro. Decidí que ya estaba satisfecha de café.
Otro día descubrí –tomando té frío en una taza de porcelana- una boca muy sensual, carnosa y lúbrica abrillantada por el color del té.
Dos días después –en una taza ancha, antigua, calada y con manguito artesanal- una naricita respingada al final de un café con leche…
Una mañana, los gallos me despertaron antes que el despertador. Medio dormida, arrastrando las pantuflas, abrí la puerta de la alacena y no encontré más que latas de conserva, platos, viejas jarras de terracota… pero ni una taza. Miré hacia la pileta. Había más de media docena de tazas sucias.
Desde ese día, sólo tomo mate.

miércoles, 21 de julio de 2010

La coja

Eu escrevo e assim me livro de mim e posso descansar
Clarice Lispector.



Soy mala. Merezco que me escupan. Tengo el alma negra.
Tengo un olfato canino, hienesco, desconfiado.
No puedo ver la sinceridad en la personas, sólo el acto interesado, dañino.
Todos quieren quitarme lo que tengo, porque no me lo merezco, por mi condición ambiciosa, por mi necesidad sin límite, porque soy puro deseo y nunca me conformo, nunca me colmo, sólo ansío más y más, y lo que es mío quiero que lo siga siendo, y puedo convertir una caricia en rasguño si me siento amenazada, porque dentro mío habita una fiera: hambrienta, traicionera. Codiciosa, enferma de orgullo y cobardía.
Cualquiera es mi presa, todos lo son. Aquí y ahora podría desangrar a varios, desgarrarlos, sacarlos de mi visión alucinada y temerosa.
Soy un ser despreciable, y por eso, a todo le temo.

domingo, 18 de julio de 2010

Remedo de postal

Y ahora es esta otra imagen
Ese edificio, ni siquiera sé en qué
Calle
Sólo sé que llegábamos
Y yo quedaba allí,
Detenida y absorta,
Hacia arriba
Los ojos hipnotizados.
Miraba, clavada en la vereda
De tu mano,
Algún comentario
Quizás siempre el mismo
Cada vez
Te hacía – “mirá” –
Y seguíamos nuestro rumbo.
En esas cosas te extraño.

sábado, 17 de julio de 2010

…por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago.

(de Las babas del diablo, J. Cortazar)

jueves, 15 de julio de 2010

Nuestra amistad es una gran mentira.
Estamos urdiendo un tonto juego de falsa cortesía, de inconfensable engaño, como atisbando a medias el miedo de hundirnos del todo en el olvido del otro. Observamos cautelosamente, vigías de la nada, cómo flotamos, todavía…

miércoles, 14 de julio de 2010

Persecución

El vagón traqueteaba demasiado. El hombre sentado a mi lado leía el periódico. Llevaba sombrero. Un sombrero gris, el ala le sombreaba la cara a la altura de la nariz. Debería de tener muy buena vista para lograr leer, entre la penumbra del vagón – estábamos en el subterráneo, camino a Plaza de Mayo – y la sombra de su sombrero.
Como de costumbre, me incliné apenas para avizorar las buenas nuevas del periódico.
Sección “policiales”. Bingo. Por si faltaba oscuridad: “Acribillada a balazos en el subte. Una mujer fue muerta a tiros ayer por la tarde, mientras viajaba en la línea A del subterráneo. Se presume crimen pasional. El asesino es un hombre de alrededor de 30 años, aparentemente, amante de la víctima”.
No leí más. Demasiada coincidencia de lugares me deja un poco perturbada. Este tipo al lado mío, si quisiera, saca un arma y me mete un tiro entre los ojos, sin que yo pueda hacer nada. Qué pensamientos albergará bajo ese sombrero anacrónico. Por las dudas, me aparto, sólo leo lo que puedo desde mi perspectiva, pero no me asomo más a su diario. La noticia me dio escalofríos. Ahora, en cada estación, veo subir potenciales acribilladores de mujeres, potenciales asesinos, que un día, por despecho, celos u obsesión, suben a un vagón de tren y arremeten contra la mujer amada y odiada, y de yapa, matan a otro más, no previsto (a mí, se entiende, que no cuento en mi haber con dramas pasionales, ni siquiera con una buena historia de amor para contar).
Me levanto y pido permiso para abrirme paso hasta la puerta. Miro al hombre del sombrero, que rápidamente cierra el diario, se pone de pie también y se acerca a la puerta. Baja en Congreso, como yo. Cruzo los molinetes. Veo a mi lado cruzarlos también al hombre, muy apurado. Comienza a subir las escaleras, va ya por la mitad cuando yo recién me dispongo a poner el pie en el primer escalón. A la salida a la calle, ya no lo veo.
Miro mi reloj. He llegado temprano. Quedamos con Javi en ir hoy al cine, como todos los miércoles. Pero sí, he llegado muy temprano (soy ansiosa, odio esperar, y llego temprano a todos lados, lo que aumenta mi ansiedad).
Olvidé presentarles a Javi. Javi es mi novio. Podría decirse, mi ultima adquisición.
Lo conocí en una feria americana. Era el dueño.
La cosa fue más o menos así. Buscando una pollera, entré, al pasar, en uno de estos locales en que se puede encontrar de todo. Al entrar, tras el mostrador vi a un muchacho vestido con un ridículo jardinero de jean. Me pareció espantoso, y me imaginé quitándole esa horrible prenda, y mientras lo imaginaba, me sonrió, y me preguntó: ¿Buscabas algo en especial? Le respondí que buscaba una pollera. “Polleras, detrás del perchero de las camisas”. Me dijo. Fui a ver las polleras, y mientras pasaba las perchas, miraba disimuladamente hacia donde estaba el chico. Me llamaba la atención. Saqué una de las polleras. “¿Me la puedo probar?”. “No tengo probador, linda”, me dijo, “sory”. La llevo igual, le contesté. Le entregué la prenda, la dobló prolijamente, y la puso en una bolsita colorida. Me la entrega, le pago y me voy. Al salir, recibo un golpe que me deja sentada en la vereda.
- ¡Disculpame, por dios! ¿Estás bién? ¿Te lastimé?
Escuché todas estás frases buscando afanosamente la bolsa con la pollera, y la billetera. Cuando las encuentro, aliviada, levanto la vista para decirle a este muchacho que me tira al piso que es un bruto, que cómo va andar así por las veredas, que él me va pagar los remedios si me esguincé… que…
- ¿Flaca, estás bien?? – me volvió a decir, esta vez, mirándome.
Así conocí a Javi. Mi novio. Al mejor estilo cliché de comedia romántica. Me invitó un café y lo demás, nada de otro mundo. Empezamos a vernos, y hoy lo espero, como todos los miércoles, frente al cine. Es el dueño de la tienda, como ya dije. El muchacho de jardinero, es su empleado.
Mientras espero, impaciente, miro a la gente que entra y sale del cine. Ancianos en su mayoría. Abuelas conversadoras, del brazo de sus amigas. Algunos más jóvenes, solos o de a dos. Muchachos desaliñados, chicas con rouge muy rojo en los labios. Más ancianos conversadores. A un costado, yo, mirando cada tanto hacia donde debería de aparecer Javi.
Sigo mirando el ir y venir de las puertas del cine: sale una señora indistinta, de esas que se parecen a todas las señoras. Y detrás sale un hombre.
El hombre era mi abuelo.
Mi abuelo, mi abuelo muerto hace diez años, salió del cine, se ajustó la bufanda bordó, se cerró la campera y comenzó a alejarse caminando despacio, en dirección opuesta al Congreso. Lo veía alejarse cada vez un poquito más. No sabía si comenzar a seguirlo, si llamarlo, si gritar “abuelo” (y que media docena de hombres se vuelvan hacia mí). Javi debería de estar aquí en unos minutos, pero si lo esperaba para pedirle que siguiéramos al abuelo, lo perdería de vista, pues este caminaba lento, pero sin pausa.
Por fin me decidí a seguirlo. Corrí un poco para acercarme, y luego, caminé a pocos metros, tratando de mantener la distancia.
En eso, veo que Javi viene hacia nosotros, al encuentro del abuelo, y mío. Veo que comienza a sonreírme desde lejos. Entonces empiezo a hacerle gestos tontos, trato de decirle que haga como que no me ve, que no abra los brazos a mi encuentro, que no diga mi nombre, no sé como hago, pero logro que Javi, sin entender nada, llegue a mí en absoluta calma.
¿Qué te pasa? ¿Qué tenés?- me pregunta. Lo agarro del brazo y lo obligo a continuar conmigo la persecución.
- Ese hombre, ¿lo ves? Lo estoy siguiendo. ¿Sabés quién es? ¿Lo viste? ¿Lo miraste?
- No, mi amor, ¿quién es? ¿Te hizo algo? ¿Te afanó?- me preguntó, notablemente asustado.
- No, Javi, ¡no! Es mi abuelo ¿no lo reconocés?
- Eh… tu abuelo ya murió y yo no lo conocí. ¿Segura que estás bien?
- Crees que estoy loca- lo miré exaltada. Pero no seguí discutiendo, porque el abuelo se me escapaba. Dobló la esquina.
- Apurate, se va.
- Pará, Rita, qué estás haciendo? Ese hombre no es tu abuelo. – me dijo, tomándome del brazo, intentando detenerme.
- Javi, es mi abuelo. Tengo que saber dónde vive. Quiero saber qué hace viniendo al cine. ¡se supone que está muerto!!! – Le dije, y me eché a llorar. Reaccioné a tiempo, me safé del brazo de Javi y corrí hacia la esquina. Por poco lo pierdo de vista. Dobló nuevamente.
Javi volvió a alcanzarme. Esta vez me tomó de los hombros, tenía los ojos centelleantes de pequeñas lágrimas. Reconoció la posibilidad de que fuese mi abuelo el hombre al que seguíamos:
- Al caminar hacia acá lo vi de frente – me dijo - yo hubiera jurado que era el mío.

lunes, 12 de julio de 2010

Recuerdo de un sueño

Recuerdo puertas, recuerdo noche, recuerdo un camino de barro, luces mojadas y puntiagudas, afiladas a lo lejos. Recuerdo el rumor del tren. Y algo de oro.
Recuerdo yo esperándote. Recuerdo vos apareciendo y no eras el mismo.
Recuerdo yo pegada a tu pecho. Tu palabra caprichosa, mi voz reprimiéndote.
Recuerdo que te pusiste una capa y volaste.
Recuerdo yo en el camino, yéndome.
Recuerdo el frío.