Hay pasiones que esperan agazapadas y somnolientas en el
lugar más hondo de nosotros.
Que son capaces de soportar días y días, personas, lágrimas,
olvidos y esperas.
Rebotan a veces en sueños intrascendentes. Son imágenes
brumosas, son sensaciones súbitas y pasajeras. Pasiones que quedan encubándose
en la indiferencia de lo que no espera nada. Del futuro que no las mira ni
las tiene en cuenta.
Hasta que un día una presencia viene a desbordarte. A hacerte
olvidar de tus noches frías, de tus lágrimas amargas, de tu hambre y desamparo.
Es una caricia que das apenas con las yemas de los dedos y
te deja en shock el cuerpo entero. Una electricidad que vuelve de algún lugar
de la juventud perdida, que vuelve y te sacude, y te hace reír con nerviosismo
y ansiedad feliz.
Un día volvés a sentir el deseo empujándote las piernas, golpeándote
el pecho como una lluvia fuerte de verano. Aunque la noche afuera esté fría,
aunque la piel apenas se perciba bajo la lana de tu pullover y del mío. Erizadas,
tensas, tibias.
Hay pasiones que se vuelven un cuerpo, un nombre, una noche
y una charla sin apuros. Inofensiva y llena de expectaciones. Paciente y segura
de sí misma. Segura del triunfo del deseo. Del encuentro sin tiempo. De la
entrega absoluta.