La
noche en que sentí que te ibas desfilaron por mi cabeza todos los momentos
vividos, del primero al, posiblemente, último, esa noche de viernes.
Fue un
día cercano al verano del año 1999. fuimos en el auto con papá. Habíamos esperado pacientemente el momento del
destete. Eras el más gordo y peludo de todos. Y tenías la cara achatada. Por
esas características, que me parecieron las más hermosas, te elegí.
Eras un
pompón despeinado. Pelos negros que al crecer dieron paso a un pelaje atigrado
y sedoso, y que más tarde crecieron tanto que parecías un león.
Te
llamé Pepper, porque en esa época había descubierto el mejor disco de la
historia. Y así llegaste a casa.
Al otro
gato no le caíste nada bien, pero al tiempo, la molestia dio paso a la
indiferencia y convivieron así hasta el final.
Durante
un tiempo pensamos que eras hembra y tu nombre mutó a Peperina. Otro hito del
rock. Pero nuestra ignorancia en materia genital duró hasta que tus atributos
se hicieron visibles. Entonces, había que castrarte.
Y
después, sencillamente los años pasaron. Muchos. Fuiste el compañero de mil
juegos, de ver la tele, de dormir la siesta, de correr por la casa, de bailar,
de sacarte fotos, de mimarte, de peinar tu pelo, de contarte confidencias, de
ponerte nombres absurdos, de mirarte largo tiempo y apreciar tu grandeza y
hermosura.
¡Qué
gato grande! Decían todos cuando venían a casa. Porque eras enorme y dejabas
que todos te acaricien.
Le
dabas paz y belleza a nuestro hogar. Le diste compañía incondicional. Me diste
años de quererte y abrazarte y pensar ¿qué será del día que ya no estés? Como
si fuese algo que nunca llegaría. Y la vida, aunque pasaron 18 años, hizo que
ese día llegue.
Hoy
hace cinco días que te marchaste. Como una llamita te apagaste. En ese
rinconcito que elegías para descansar, te dormiste para siempre.
Pude
decirte adiós, pude decirte gracias. Pude decirte, andá tranquilo, Chino. Nada debes a esta mujer que te adoptó siendo una niña. Esa niña que iba
al secundario, esa joven que comenzó una carrera y después otra. Que se enamoró
y lloró y se volvió a enamorar. La que se recibió, la que te festejaba los
cumpleaños. Esa, también se fue un poco con vos. Algo de mí te llevaste allá
donde estés, con la pacha acunándote.
Para mi
adorado Pepper Evaristo.
(Hoy no
me alcanzan las palabras para consolarme…)