Y un
día, por fin, te presentaste en mis sueños tal cual eras.
La
escena más cotidiana y repetida que podía darse te trajo en tu esencia más
simple y feliz.
La
radio se encendió y empezó a sonar la voz de Aliverti. Supe que estabas ahí,
ese sonido que tantas mañanas me fue molesto se convirtió en una señal de
alegría. En mi última oportunidad.
Me
levanté hecha una tromba. Quería decirte lo mucho que te quería, si era real o
era sueño no lo pensé. Sólo sabía que estabas ahí y que tenía que abrazarte y
hablarte.
Estabas
en esa posición particular de cuando te dormías escuchando la radio, cerquita
del borde de la cama, medio acurrucado.
Te
abracé, te di un beso y me tomaste la mano. Te dije “hola, pa” y no dije nada
más, porque el sueño se precipitó a su final. Tampoco me contestaste.
Sonreías.
Al
despertar rompí en llanto.
Al
despertar, algo en la cocina estaba fuera de su lugar.