Que el mar turquesa caiga desde el horizonte y avasalle el fondo de tu casa no me da buena espina. Y si supiera nadar me iría alejando a lentas pero firmes brazadas de un lugar que puede ser mi sepultura, antes de que el agua se enturbie y me tome desde abajo los tobillos y me hunda sin que ni siquiera estés ahí para darme la mano.
Que un lago tranquilo donde pudiera haber cisnes y árboles inclinados besando las orillas comience a subir es extraño. Los lagos no tienen fuerzas que los impulsen a cambiar, más que las vicisitudes de la lluvia. Y si empezara a perseguirme, como el río que persiguió a Aquiles, y si buscara un refugio extraño, oscuro y alto, como una torre segura pero alejada, empezaría a temer.
Quizás sea hora de empezar a construirme una barca, de llevar mis remos al hombro, de otear cada día el cielo y el horizonte, de prepararme tranquila y prevenir la inundación.
Existe en mitad del tiempo la posibilidad de una isla.
Existe también la otra mitad del tiempo.
Amé! Xanto no hubiese quedado tan bien, como quedó acá. Las orillas besadas, me encantan
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