El otoño empieza a aparecer con
sus colores. Camino cuadras y cuadras sobre veredas cubiertas de hojas y
hojitas. Bajo la sombra de los árboles ocres me gusta pensar. Placeres del
pobre, placer de una caminante solitaria del conurbano bonaerense. No elaboro
grandes pensamientos, anido y anudo recuerdos, circunstancias, palabras que
llegan a través del viento. El otoño deshoja los árboles, los va pelando de a
poco, arrebolando poéticamente sus hojas. Lento, pero implacable. Suave, pero
terminante.
Y todo desciende sobre mi
cabeza, y bajo mis pies, terminan descansando. Pisoteo lo que fue cobijo, verde
sombra de verano.
Cuando camino bajo tantos
árboles siento que me proyecto hacia alguna parte. Siento que se va tejiendo
algo bajo mis suelas.
Lo cierto es que de lugar a
lugar, de casa al trabajo, del trabajo a casa, hay un espacio intermedio que no
es de un lado ni del otro, que es un simple gozo, un pensamiento, una evasión
efímera y sutil, rodeada de hojas secas.