Siento
el olor del cloro de la pileta en mi mano. Me recuerda el placer de trasladar
mi cuerpo en una superficie blanda, acariciante, envolvente y suave. Mi cuerpo.
Esa masa que necesita sol y besos para expandir los músculos. Que es paseado
por mi mente por infinitos espacios, reales e irreales. Que habita, que ocupa,
que se contrae de frío mientras espera.
¿Qué
hago con él? Lo acaricio, lo voy adormeciendo, le digo que algún día otro cuerpo
recorrerá una distancia inconmensurable para sentirlo.
Mientras
tanto, mi cuerpo se sumerge, y nada.
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