Hay
lugares en que el alma se trasnforma en cositas tan simples. Una mariposa, una
piedra blanca, el murmullo de insectos invisibles.
Se
sumerge en las aguas frías de un arroyo que corre entre árboles selváticos y
misterios de fantasmas.
En el
Garabí solté alguna vez mis penas de amor y sonreí. El agua corría y empujaba
mi cuerpo hacia delante, invitándome a correr con él, a cantar en las alas de las libélulas y descansar en las planicies llenas de piedritas.
Las
orillas de barro abrazaban mis talones. Me recordaban que hay un pasaje,
blando, inestable entre mi mundo duro y opaco y este mundo de sonidos pequeños
y gorgoteos.
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