Pie a pie sobre el alambre
avanza el equilibrista. Titubeante. De a ratos, confiado, pensando que esa
línea delgada que se incrusta en la planta de sus pies es suficiente para
sostenerlo. Hay una plataforma a la que llegar, en alguna parte. Pero sabe que
si se apura, que si se deja ganar por la ansiedad de llegar a un lugar firme,
puede perder el equilibrio – el frágil equilibrio – que lo mantiene a salvo de
caer.
Pie a pie, lleno de terror,
camina.
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