No
queda otra que despertar al dragón. Porque es necesario que abra la boca y
abrase todo con su aliento fétido y su fuego. Los recuerdos y las ilusiones, la
mierda acumulada, la mugre bajo la alfombra.
Y venís
a tocarle la nariz con un palito, el hocico rugoso como la piel rugosa. Ves que
está todo enroscado, que no sale de su cueva durante días, que huele mal porque
no es capaz todavía de limpiarse, de ponerse de nuevo en pie y erguirse como
verdadero dragón, porque tiene las pupilas dilatadas y las uñas rotas.
Lo ves
así, y el miedo se te va, y te acercás.
Y te
acercás porque ves que medio gime y medio se acurruca más contra la piedra.
Más te
acercás.
Y no
queda otra, el dragón está adormecido y seco, pero es una bestia y en su
corazón una llama nunca se apaga.
Y este
dragón, tarde o temprano, y mientras sigas jodiendo con esa ramita, va a
despertar. Y va abrir las alas y se va hinchar el pecho absorbiendo el aire
alrededor.
Corré,
salí corriendo antes de que abra su tremenda boca (sí, esa misma boca), y te
coma, y te triture y te destroce.
Porque
las fieras somos así, o morimos o matamos.
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