La
reunión era apacible y todos discurrían agradablemente. Era necesario que
sacara mi cuchillo, que tajeara un poco esa superficie sedosa.
Escupí
la frase y todos se dieron vuelta. Hubo quienes asintieron, conscientes,
reales.
Y hubo
quien se aferró más a su mentira. Quién la defendió al punto de exponerla a los
ojos de todos.
Sonreí.
El escorpión había picado. Podía abandonar el sueño y despertar.
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