Llegan
cansados a mí. Con todas las derrotas a cuestas, con las persianas a medio
bajar, en la penumbra y rumiando desconfianzas. Rodeados de soledades, con
polvo en las manos.
Llegan
como quien ha naufragado tanto que cualquier arena es besada indiferentemente,
sin entusiasmos, apenas aliviados de saber que han tocado tierra firme y que
quizás sólo le espere algún otro infierno terrestre. Sin aventuras, sin grandes
desafíos. Una tierra firme, tibia y sin sorpresas… casi añorando la deriva y la
borrasca pasadas.
Llegan
no queriéndome querer. Dándose cuenta que pueden seguir sin mirar hacia el
costado.
Pero
llegan y toman algo de mí aunque no quieran. Y tomo algo de ellos. Lo único que
tienen para dar: llagas, silencios, fracasos.
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