martes, 31 de mayo de 2011

El bloque

Hay un bloque. Y está mi mano.
Luego, el bloque es blanco y mi mano sostiene una maza.
El bloque blanco tiene apenas la altura de un pilar de esos que dan a la vereda, sobre el que los gatos miran, somnolientos y enroscados, hacia la calle.
La maza y mi mano están unidas a un cuerpo, el mío. Cómo es, ya sabemos. Quizás, mañana, por ahí se me ocurra describir mis entrañas. Hoy basta con decir que está vestido.
Mi mano aferra firmemente la maza y quiere levantarla. La mano izquierda, desocupada hasta entonces, toma también el mango de la maza. Y así, juntas, inician, con los brazos, un movimiento de elevación y retroceso.
El bloque, blanco, sin gato, liso, quizás. Espera. Expecta.
La maza avanza.
Pego una vez, con todas las fuerzas.
Choco la pared. Impacto. Agujereo. Fisuro. Agrieto.
Golpeo, golpeo. Una. Muchas veces.
El movimiento me enloquece.
El pelo me tapa la cara. El bloque me enfrenta, se burla, me obliga a descentrarme, a moverme con rabia.
Jadeante, sudorosa. Golpeo.
La maza resbala de mi mano y cae sobre mi pie derecho.
Grito.
Pego mi espalda al bloque y me largo a llorar.

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