Al idealista frustrado que se esconde en tu
escepticismo.
El idealista que día a día tratás de matar con
la indiferencia y el desapego.
Ese, que dice no esperar, pero espera.
Que se niega a sí mismo.
Que me niega.
A ese, le digo:
Para ser un verdadero escéptico habrá que haber
amado y esperado a fondo. Y llorado, y gritado en silencio, y maldecido, y
amado a todos, a nadie.
Y haber odiado a fondo, la mala suerte, la
soledad, el amor que te pasa de refilón, que apenas te toca, que te raya un
poco, y que se va.
Haber creído hasta la náusea en las novelas de
la tarde.
…Sí. Yo he creído. Yo idealicé al amor como
idealicé al mundo entero. Pero mi idealismo tuvo un nombre que fue sagrado e
inviolable. Tan grande que ni la realidad pudo vencerlo, ni mancillarlo, ni
trocarlo en un objeto más del mundo.
Es la llama, es la cueva, es la chispa que me
picanea. Es un camaleón.
Es el pasado, pero es un futuro. Un futuro sin
idealismo: sin ausencia.
Hay muchas formas de amar, y una sola forma de
no hacerlo.
Tu mayor pasión es la soledad.
La mía, el mundo en el que ya no creo.