Días hace que no deja de llover. Se me arruga
la piel de las manos, se me empasta el pelo, la ropa no se seca. Pero en mi
interior, todo se mantenía a salvo. Aunque el paraguas no se abriera bien,
aunque por los cordones de las botas entrara el agua de los charcos y me mojara
las medias, aunque pasara un auto inmisericorde y me enchastrara con el agua
sucia de las banquinas. Adentro, resguardado. La lluvia no tocaba.
Hasta que empezó a gotear, y gotear,
persistente, preciso, implacable, el pensamiento.
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