Eso lo voy descubriendo gracias a Facebook, esa
nueva encrucijada social que actúa en contra del olvido, del pasado, de la
renovación, de la evolución de una vida.
“Estoy modificando mi perfil para que él lo
vea”- escuché decir el otro día. No importa cuánto tiempo haya pasado desde la
última vez que nos vimos, el facebook
borra el tiempo, la distancia, y está ella, él, ellos, falsamente rozagantes,
con hijos, casas, perros, fotos y una sarta de cosas que, como ficha técnica,
intenta decirnos qué son, en qué los convirtió el tiempo, cómo se las
arreglaron sin nosotros, cómo todavía intentan seguir sonriendo.
Sucede que las personas que queremos ver
realmente, que extrañamos, no tienen Facebook, no son localizables más que en la
propia memoria. Petrificados, jóvenes, sonrientes, congelados en el tiempo del
recuerdo. Íntimos, frágiles.
Qué cosa linda encontrarse en la calle con
alguien que extrañamos y hace mucho no vemos. Qué lindo que Google nunca sepa
de ellos.
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