miércoles, 14 de julio de 2010

Persecución

El vagón traqueteaba demasiado. El hombre sentado a mi lado leía el periódico. Llevaba sombrero. Un sombrero gris, el ala le sombreaba la cara a la altura de la nariz. Debería de tener muy buena vista para lograr leer, entre la penumbra del vagón – estábamos en el subterráneo, camino a Plaza de Mayo – y la sombra de su sombrero.
Como de costumbre, me incliné apenas para avizorar las buenas nuevas del periódico.
Sección “policiales”. Bingo. Por si faltaba oscuridad: “Acribillada a balazos en el subte. Una mujer fue muerta a tiros ayer por la tarde, mientras viajaba en la línea A del subterráneo. Se presume crimen pasional. El asesino es un hombre de alrededor de 30 años, aparentemente, amante de la víctima”.
No leí más. Demasiada coincidencia de lugares me deja un poco perturbada. Este tipo al lado mío, si quisiera, saca un arma y me mete un tiro entre los ojos, sin que yo pueda hacer nada. Qué pensamientos albergará bajo ese sombrero anacrónico. Por las dudas, me aparto, sólo leo lo que puedo desde mi perspectiva, pero no me asomo más a su diario. La noticia me dio escalofríos. Ahora, en cada estación, veo subir potenciales acribilladores de mujeres, potenciales asesinos, que un día, por despecho, celos u obsesión, suben a un vagón de tren y arremeten contra la mujer amada y odiada, y de yapa, matan a otro más, no previsto (a mí, se entiende, que no cuento en mi haber con dramas pasionales, ni siquiera con una buena historia de amor para contar).
Me levanto y pido permiso para abrirme paso hasta la puerta. Miro al hombre del sombrero, que rápidamente cierra el diario, se pone de pie también y se acerca a la puerta. Baja en Congreso, como yo. Cruzo los molinetes. Veo a mi lado cruzarlos también al hombre, muy apurado. Comienza a subir las escaleras, va ya por la mitad cuando yo recién me dispongo a poner el pie en el primer escalón. A la salida a la calle, ya no lo veo.
Miro mi reloj. He llegado temprano. Quedamos con Javi en ir hoy al cine, como todos los miércoles. Pero sí, he llegado muy temprano (soy ansiosa, odio esperar, y llego temprano a todos lados, lo que aumenta mi ansiedad).
Olvidé presentarles a Javi. Javi es mi novio. Podría decirse, mi ultima adquisición.
Lo conocí en una feria americana. Era el dueño.
La cosa fue más o menos así. Buscando una pollera, entré, al pasar, en uno de estos locales en que se puede encontrar de todo. Al entrar, tras el mostrador vi a un muchacho vestido con un ridículo jardinero de jean. Me pareció espantoso, y me imaginé quitándole esa horrible prenda, y mientras lo imaginaba, me sonrió, y me preguntó: ¿Buscabas algo en especial? Le respondí que buscaba una pollera. “Polleras, detrás del perchero de las camisas”. Me dijo. Fui a ver las polleras, y mientras pasaba las perchas, miraba disimuladamente hacia donde estaba el chico. Me llamaba la atención. Saqué una de las polleras. “¿Me la puedo probar?”. “No tengo probador, linda”, me dijo, “sory”. La llevo igual, le contesté. Le entregué la prenda, la dobló prolijamente, y la puso en una bolsita colorida. Me la entrega, le pago y me voy. Al salir, recibo un golpe que me deja sentada en la vereda.
- ¡Disculpame, por dios! ¿Estás bién? ¿Te lastimé?
Escuché todas estás frases buscando afanosamente la bolsa con la pollera, y la billetera. Cuando las encuentro, aliviada, levanto la vista para decirle a este muchacho que me tira al piso que es un bruto, que cómo va andar así por las veredas, que él me va pagar los remedios si me esguincé… que…
- ¿Flaca, estás bien?? – me volvió a decir, esta vez, mirándome.
Así conocí a Javi. Mi novio. Al mejor estilo cliché de comedia romántica. Me invitó un café y lo demás, nada de otro mundo. Empezamos a vernos, y hoy lo espero, como todos los miércoles, frente al cine. Es el dueño de la tienda, como ya dije. El muchacho de jardinero, es su empleado.
Mientras espero, impaciente, miro a la gente que entra y sale del cine. Ancianos en su mayoría. Abuelas conversadoras, del brazo de sus amigas. Algunos más jóvenes, solos o de a dos. Muchachos desaliñados, chicas con rouge muy rojo en los labios. Más ancianos conversadores. A un costado, yo, mirando cada tanto hacia donde debería de aparecer Javi.
Sigo mirando el ir y venir de las puertas del cine: sale una señora indistinta, de esas que se parecen a todas las señoras. Y detrás sale un hombre.
El hombre era mi abuelo.
Mi abuelo, mi abuelo muerto hace diez años, salió del cine, se ajustó la bufanda bordó, se cerró la campera y comenzó a alejarse caminando despacio, en dirección opuesta al Congreso. Lo veía alejarse cada vez un poquito más. No sabía si comenzar a seguirlo, si llamarlo, si gritar “abuelo” (y que media docena de hombres se vuelvan hacia mí). Javi debería de estar aquí en unos minutos, pero si lo esperaba para pedirle que siguiéramos al abuelo, lo perdería de vista, pues este caminaba lento, pero sin pausa.
Por fin me decidí a seguirlo. Corrí un poco para acercarme, y luego, caminé a pocos metros, tratando de mantener la distancia.
En eso, veo que Javi viene hacia nosotros, al encuentro del abuelo, y mío. Veo que comienza a sonreírme desde lejos. Entonces empiezo a hacerle gestos tontos, trato de decirle que haga como que no me ve, que no abra los brazos a mi encuentro, que no diga mi nombre, no sé como hago, pero logro que Javi, sin entender nada, llegue a mí en absoluta calma.
¿Qué te pasa? ¿Qué tenés?- me pregunta. Lo agarro del brazo y lo obligo a continuar conmigo la persecución.
- Ese hombre, ¿lo ves? Lo estoy siguiendo. ¿Sabés quién es? ¿Lo viste? ¿Lo miraste?
- No, mi amor, ¿quién es? ¿Te hizo algo? ¿Te afanó?- me preguntó, notablemente asustado.
- No, Javi, ¡no! Es mi abuelo ¿no lo reconocés?
- Eh… tu abuelo ya murió y yo no lo conocí. ¿Segura que estás bien?
- Crees que estoy loca- lo miré exaltada. Pero no seguí discutiendo, porque el abuelo se me escapaba. Dobló la esquina.
- Apurate, se va.
- Pará, Rita, qué estás haciendo? Ese hombre no es tu abuelo. – me dijo, tomándome del brazo, intentando detenerme.
- Javi, es mi abuelo. Tengo que saber dónde vive. Quiero saber qué hace viniendo al cine. ¡se supone que está muerto!!! – Le dije, y me eché a llorar. Reaccioné a tiempo, me safé del brazo de Javi y corrí hacia la esquina. Por poco lo pierdo de vista. Dobló nuevamente.
Javi volvió a alcanzarme. Esta vez me tomó de los hombros, tenía los ojos centelleantes de pequeñas lágrimas. Reconoció la posibilidad de que fuese mi abuelo el hombre al que seguíamos:
- Al caminar hacia acá lo vi de frente – me dijo - yo hubiera jurado que era el mío.

1 comentario:

  1. Largo para un blog que recien empieza, en la de seguir y seguir porque nadie te para,,, casi como el desierto. Bombucha!

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