Se decía feliz, alada, libre,
majestuosa en su orgullo, colorida, expansiva, revoloteando aquí y allá,
tintineante como campanita. Azul, brillante, pequeña, sutil, bonita.
El cordero, en su corral de
miedos, blanco, pasivo, querible en su debilidad, en su lejanía, rumiando
despacio pensamientos, caminando, pasando, mirando, mimado.
Un rayo, temblor de hojas,
temblor de truenos y de tierra. Encuentros y desencuentros, momento de conejos en
celo, momento de conejos saltando, pariendo, prolíficos. Llenando la tierra de
candores y ternuras. Devenires conejos, devenir bicicletas, devenir viajero con
mochila, caminante, caminantes, devenir amigos, devenir simpleza, devenir…
Todo corre, el tiempo es una
barca que siempre pasa a horario, el tiempo tiene guardado nuestro asiento
desde siempre, pasillo o ventanilla. El tiempo ayuda a subir y bajar escalones,
ríos, mundos.
Y el tiempo transforma, es el
motor del devenir: como la semilla en árbol, copa, flor y fruto. Otoño, hojas
doradas y quebradizas, cenizas.
El tiempo fue quemando las alas
de la alada feliz mariposa bonita libre brillante y azul. Pesadas, gastadas,
ajadas, descoloridas, opacas y tristes alas. Capullo, tiempo. Gusano.
Arrastrado, pegado a la tierra, triste, solitario y final.
Esquiló al cordero el tiempo,
sacó ternuras, sacó debilidades. Afiló colmillos, disparó astucias. Puso dos
bolas de fuego en lugar de ojos de cordero. Restó amabilidad, sumo fiereza.
Bruto, salvaje, metiendo miedo, no era cordero sino lobo. Acechando, saltando
sobre un cerco, marchándose en la noche. Aullando, asustando seres pequeñitos
como los gusanos.