No se
debe escribir un domingo.
Porque
las palabras salen húmedas, con olor a olvido, a recuerdo enmohecido.
Nunca
debe uno tomar decisiones un domingo. La única decisión posible es colgarse, es
arrojarse a las vías del tren. Y no vamos a poder arrepentirnos el lunes.
Al
domingo hay que mirarlo. Con los ojos bien abiertos, inquisitivos. Mirarlo como
si esperáramos una respuesta. Descolocarlo, presionarlo, hacerlo llorar. Hasta
que salga corriendo a tirarse por un
precipicio.
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