Reduciéndome a la mínima
expresión. Sin extender brazos, ni cables, ni puentes.
Dinamitando pasos, cerrando
atajos, abriendo puertas y ventanas para que no existan adentros ni afueras.
Una estancia simple y sin pretensiones en la vida. Una retirada, un arrío de
velas, una deriva sin corriente.
Un coro de voces a lo lejos,
distancias justas y sin voluntad de ser transitadas.
Un blanco. Un silencio. Una
quietud.
Una Pompeya de los circuitos.
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