La vida debería ser siempre así de simple. Una tarde cálida, aun sin sol, la cercanía de la infancia al alcance de la mano, aroma a chocolate, las puertas abiertas, el aire yendo y viniendo por la casa. Todo está tan quieto y tan precario. Parece que la tarde no fuera, o fuera eterna. No hay dentro de un rato, ni mañana.
A veces entramos en estas raras dimensiones de la vida, sin saber cómo, de improviso. Traicionando lo que somos día a día, lo que el tiempo hizo de nosotros.
Y sólo esperamos que sean las cuatro de la tarde para ver a Los pitufos.
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